Por Federico Córdoba
A Laura Iglesias
Está bien, la frase sale de la boca de Nicolás Bereciartúa, guitarrista de Viticus; pero, además, es amplio el abanico que lo reconoce como tal. La noche de su muerte, en la ruta 5, en Luján, viajaba en su moto Harley Davidson a pura velocidad. ¿Importa hoy si una hora antes estuvo tomando alcohol? No, pero sirvió para que cierto sector de la prensa se regodeara en esos datos vacuos y sin sustento. Como contracara, había algo verdadero en todo eso que se decía –pero con cierto tufillo a lugar común-: El Carpo había muerto en su ley.
En los dedos de Pappo anidaban las cuerdas vocales del diablo (Carpo y metacarpo). Allí, en esa morada bastante relampagueante, Napolitano supo cocinar el sonido sucio y desprolijo que daría vida al heavy metal argentino. ¿Es posible que hubiera existido aquí tal género sin Pappo? A veces parece improbable. Y mucho menos aquí, cuando los referentes se cuentan con los dedos de las manos: Osvaldo Civile, Ricardo Iorio y lo que vino después del desprendimiento de V8, Hermética.
Yulie Ruth, bajista de la última banda que tuvo Pappo en vida, a la perfección de esas horas finales, le dice a TEA: “Nos sentó a todos los músicos en una mesa, habíamos hecho un recital para un montón de personas (se estiman que 40.000), la escena parecía el cuadro de La Última Cena, y nos había dicho que nos quería pagar más, a mí me dijo que me casara, y que estaba mal porque no era reconocido, mientras otros tocaban en pijamas”.
Viva Pappo. Viva la música.
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